Adiós a Bloomberg, el rico y exitoso que encauzó Nueva York

En sus 12 años de gestión impuso un estilo con leyes drásticas que reportaron resultados

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Michael Bloomberg y David Cameron, cuando el inglés hacía su campaña para ser primer ministro
AFP

Los centros de votación abrieron ayer a las seis de la mañana en Nueva York y uno de los primeros en presentarse fue el alcalde Michael Bloomberg. En los comicios se decidió quién será su sucesor –todo parecía indicar que sería el demócrata Bill de Blasio–, pero aunque ya esté en los descuentos, el alcalde no dejó de ser sí mismo y colocó su voto poco después de las 7.40, dando otra muestra de efectividad y gestión, tal como lo hizo durante toda su carrera. “Es realmente importante que salgan a votar. La gente se queja, pero si no votas no tienes derecho a quejarte”, comentó ante el público, predicando con su ejemplo de activismo, otra vez, en pro de la ciudad.

Bloomberg no se retira hoy sino el 31 de diciembre, cuando pondrá fin a una gestión que comenzó apenas tres meses después del peor atentado contra Estados Unidos y que combinó leyes radicales con imágenes de excesos (recuérdense las fotos de Bloomberg en las competencias anuales de comer panchos), políticas con éxitos comprobados y cuestionamientos por el aumento de los impuestos o de la pobreza. Todas cuestiones que, en realidad, no hacen sino reflejar al personaje que las organizó.

Michael no nació en una cuna dorada: su padre, inmigrante ruso y judío, trabajaba en una biblioteca y el hogar familiar era el típico de clase media. Pero el joven era tenaz, reflejan varios de los que alguna vez le hicieron un perfil, y llegó a la Universidad. De allí, directo a un máster en Harvard y a Wall Street, donde empezó a trabajar con unos corredores de bolsa. Le fue bien y al poco tiempo pasó a ser socio, con la misma rapidez con que, cuando la firma fue vendida, lo dejaron en la nada. Pero Bloomberg se reconvirtió.

“Decidí no mirar hacia atrás y al día siguiente tomé una gran decisión: creé una empresa basada en una idea no probada y que casi todo el mundo pensaba que sería un fracaso”, contaba una vez. Era 1981 y generó un sistema de información económica y financiera que fue una revolución en poco tiempo y que al día de hoy sigue siendo un éxito comercial del que él posee el 88% de las acciones.

Sin experiencia en política pero con una fortuna que le permitió hacer una campaña con US$ 50 millones, puso en práctica lo mismo que antes, tomar decisiones y avanzar. Se convirtió en el primer outsider que gobernó la ciudad de los rascacielos.

Además, ya antes de candidatearse, había dado otro de sus típicos pasos que priorizan el beneficio ante la diplomacia, pues se había cambiado del partido demócrata en el que trabajaba al republicano para poder evitarse la competencia en las primarias.

El primero en llegar

Siempre predicó que lo importante es el trabajo duro, “ser la primera persona en llegar por la mañana y el último en salir por la noche”. Con este ritmo –nunca se tomó vacaciones en estos 12 años, más allá de que pasa los fines de semana en su casa de las Bermudas– logró que en 2012 la suya fuera declarada “la más segura de las grandes ciudades” del país, con la tasa de asesinatos más baja en 50 años (649 en 2001, 266 hasta el momento este año).

Atrajo turistas como nunca (52 millones en 2012), la esperanza de vida aumentó dos años y medio desde 2002, recuperó cientos de hectáreas de espacio verdes y dejó atrás la crisis financiera de 2008, que tan profundamente hundió a su Gran Manzana. Ahora se recuperaron los precios de los inmuebles y cada vez más los multimillonarios pagan por ellos, con lo que el alcalde no puede estar más feliz: está convencido de que son necesarios porque “es de ellos que salen los ingresos para ocuparse de los otros”. Efectivamente, sin generosos contribuyentes sería imposible sostener los gastos de US$ 22.000 por alumno que hay en la ciudad –un récord de inversión en el país– ni haber generado los 300.000 empleos que nacieron bajo la era Bloomberg.

Además, él mismo es una muestra de este público elitista que tanto adora: su fortuna está valuada en US$ 27.000 millones y es la decimotercera del mundo; es un apasionado del golf con casas en Manhattan, Londres y las Bermudas, y puede disfrutar de paseos en su helicóptero.

El reloj le marca los 71 años pero Bloomberg no entra en el estereotipo de viejo tacaño, pues en 2007 ya figuraba como el séptimo mayor filántropo de su país. La que más recibe sus donaciones es la universidad donde cursó su carrera de grado, John Hopkins, según su máxima de que siempre hay que “compartir el premio con los otros”. “Mi primera donación fue un cheque de cinco dólares a la universidad, poco después de graduarme. A pesar de que malvivía por entonces, decidí aportar algo. Ese espíritu debe prevalecer en la actualidad”, comentaba en una ocasión.

La hora de irse

Pero entre tanta opulencia entran las desgracias y por eso en estas elecciones Bloomberg ni siquiera intentó cambiar la norma para permitir volver a ser elegido, tal como lo hizo la última vez. Ahora el magnate sabe que las cifras, a las que tanto cariño tiene, no mienten y evidencian la necesidad de un cambio. Porque si bien es cierto que el 45 % aprueba su gestión, no es menos real que el 34 % la considera regular y el 18 % piensa que es mala.

Tal vez lo que más cuestionen al enérgico alcalde es que no logró reducir la pobreza, que hace que unas 50.000 personas duerman en los albergues para los sin techo, en estaciones de metro o en las calles de la ciudad. Otros acusan que su discutida práctica policial de parar y cachear a personas sin motivo aparente (conocida como “stop and frisk”) se centró más en los afroamericanos e hispanos que en los blancos, con lo que queda desprestigiado su discurso como hijo de inmigrantes.

Y si al principio sus medidas de mano dura dejaron buenos resultados después de causar cierto impacto inicial, ahora parece que los neoyorquinos han cambiado.

La imagen que dan las encuestas es que ahora comienzan a cuestionarse más por los pobres y malvivientes que antes, al tiempo que se preocupan menos por las grasas o el tabaco.

Tres revoluciones

Contra el tabaco

Bloomberg fue pionero en prohibir el humo de tabaco en los bares y restoranes en 2002 y su iniciativa se aplicó luego en otras 375 ciudades del mundo –entre ellas, todas las de Uruguay-. Entre su aplicación y el año 2011, el porcentaje de fumadores en Nueva York cayó de 21,5% a 14,8%. Además, agregó impuestos a los cigarrillos y es inminente que la ley que fija los 18 años como mínimo para comprar cigarrillos eleve a 21.

Por la comida sana

En 2008 en Nueva York el 54 % de los adultos y el 43 % de los niños eran obesos y Bloomberg emprendió la batalla en este frente. Prohibió las grasas trans en todos los establecimientos gastronómicos de la ciudad y obligó a las cadenas de comida chatarra a que publicaran la información nutricional de sus platos. Prohibió publicidades concretas de estos alimentos pero fracasó en su última batalla, la de erradicar la venta de refrescos de más de 500 ml.

A favor del diálogo

El 11 de marzo de 2013 el Empire State se iluminó de amarillo y negro en honor a la línea telefónica 311, un éxito de Bloomberg que, sin embargo, fue idea del que competía contra él en 2001, Mark Green. Se trata de una línea de teléfonoque está operativa las 24 horas para atender preguntas o reclamos de los ciudadanos. En sus diez años, recibió más de 158 millones de llamadas y los neoyorquinos valoran el servicio

 

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